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La relación con la madre


Este apartado explora los vínculos emocionales que se forman con nuestra madre y cómo influyen en nuestras vidas. Entender estos vínculos nos ayuda a gestionar nuestras emociones y a establecer una relación más equilibrada con ella.


Es importante recordar que, cuando nuestra madre estaba en el vientre de su propia madre, ya tenía los ovocitos que darían origen a nuestra vida, conectándonos no solo con ella, sino también con nuestra abuela y sus emociones.




Durante los nueve meses en el vientre materno, compartimos un vínculo profundo con nuestra madre. Sus emociones nos afectan y pueden condicionar nuestra vida. Además, también heredamos los estados emocionales de nuestra abuela, una información que se transmite a los hijos y nietos. En muchas culturas, se cree que la mujer es la portadora de la raza o estirpe.


Los primeros seis o siete años de vida son cruciales para nuestro desarrollo emocional. En este período, lo que el niño experimenta, escucha y observa, moldea su personalidad. Los padres a menudo no son conscientes de cómo transmiten comportamientos, actitudes y recursos emocionales. Reflexionar sobre el ambiente emocional en el que crecimos puede ayudarnos a entender mejor nuestros propios patrones.


En muchas culturas, las abuelas se encargan del cuidado de los niños en sus primeros años, ya que los padres suelen estar ocupados trabajando. En casos extremos, algunos niños son entregados a otros familiares, lo que puede llevar a sentirse desubicados al reunirse más tarde con sus padres.




Aquí un ejemplo ...


Motivo de la consulta
Una señora expone su preocupación en mi consulta: «No soporto que me griten, ni oír grito alguno. No soporto a mi marido, porque me grita y me recrimina todo lo que hago».
Escenario cuando era pequeña
La entregan a su abuela materna desde los primeros meses de vida. Su abuela vive en un lugar apartado, en medio del campo, lejos de vecinos y lejos de cualquier lugar. Tiene una edad avanzada, habla poco, se ocupa del huerto y del los animales de la granja. La niña la sigue por todas partes y hace lo que ve.
Va creciendo y con ello aprendiendo los quehaceres propios del lugar donde vive. Un día —cuando la niña tenía siete años— su mamá la vino a buscar. Esto le afectó profundamente, en realidad le provocó un shock emocional porque no sabía quién era aquella señora, y, aunque le habían dicho que era su madre, esto aún la angustiaba más.
Escenario con su mamá
La convivencia con su madre hizo que su ambiente cambiara porque esta gritaba a todas horas y discutía con su padre casi a diario.
Se le pregunto cómo había vivido esa nueva situación, y ella respondió: «Me sentía aturdida, no sabía qué hacer, cómo comportarme. No hablaba casi nada»
Me doy cuenta desde el primer momento de que la consultante habla muy lentamente, como pensándose sus palabras, como si las repasase una y otra vez antes de decirlas. Su voz es un susurro pausado y lento, y tengo que hacer esfuerzos para no decirle «venga, habla, por favor».
Escenario actual
Como explica desde un principio, su marido le grita y le recrimina todo lo que hace. Ella mantiene su relación y no sabe por qué.
Escenario de su marido (espejo)
Le pregunto por el ambiente en el que vivió su marido. «Mi marido ha vivido en un ambiente de discusiones continuas entre sus padres. Le gritaban y le castigan por todo», me cuenta con un semblante sereno. Se observa cómo su mente, su comprensión, se abre, y haciendo una observación: «Ahora que ya empiezas a tomar conciencia de vuestros ambientes emocionales de pequeños, te darás cuenta de que se complementan. ¿Qué te parece? ¿Para qué crees que están juntos?».

Toma de conciencia
La señora tiene la certeza de que hay un sentido, un para qué de su historia. No comprende cómo puede aguantar la situación conflictiva y el gran estrés que vive a diario con su pareja. «Dejo de hablar con él cuando me grita», me dice con una sonrisa que denota su toma de conciencia, la comprensión de que su silencio es su refugio.
Entiende que su marido lleva la misma información y él la expresa con la polaridad complementaria de ella; frente a su silencio, él grita. Es lo que ha aprendido desde pequeño. También comprende que ella siempre ha vivido en el silencio, y que no sabe gestionar la situación de estrés.
El lenguaje corporal de la señora es muy claro: baja la cabeza, piensa sus palabras, observa sus pensamientos, y al rato me mira a los ojos con un semblante sereno: «Estamos juntos, mi marido y yo, porque ambos estamos en posturas extremas como fruto de nuestra “hipnosis” en las edades tempranas. Estamos juntos —repite—, para tener una oportunidad de acercarnos, para aprender el uno del otro. Él, para aprender de mí a ser más dulce y más suave; yo, para ser más asertiva y para que cuando convenga dé un grito, si cabe. En vez de castigarle con no hablarle durante semanas, pues no consigo arreglar nada, salvo provocarnos sufrimiento y dolor, lo que tengo que hacer es hablar y valorarme más». Termina así su reflexión, con una leve sonrisa. Este es el estado de comprensión por el que abogo.




Recapitulación y reflexión final
Las experiencias son oportunidades de trascender profundos conflictos emocionales. Repetimos las experiencias que están impresas en nuestro inconsciente. Estas son complementarias, es decir, lo que entenderíamos por contrarias, pero en realidad es la misma información con polaridad diferente. No se trata de separarse, sino de comprender y, entonces, elegir quién quieres ser en esta situación. Por eso la reflexión de este capítulo es: castigo u oportunidad. Son dos opciones de vida.

La experiencia que vivirás será según la conciencia con la que elijas vivirla. Siempre tienes el poder de elegir. Esto será fácil con una mente en estado de comprensión.





Texto extraído del libro de Enric Corbera Emociones para la vida




 
 
 

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