Amar con hambre es:
- 30 sept 2024
- 4 Min. de lectura
El amor inmaduro dice: te amo porque te necesito.
El amor adulto dice: te necesito porque te amo.
ERICH FROMM
1. Es creer que el amor se da por lo que haces y nunca por lo que eres.
2. No saber recibir, nada es suficiente, hay un vacío muy profundo.
3. Tener altas expectativas de tu pareja, por lo que te decepciona con facilidad.
4. Ser una pareja cometa: gira en torno a sus parejas y se olvida de sí.
5. Sentir el amor como una montaña rusa de confusión, dolor, miedo, celos, inseguridad, pasión.
6. Nunca estar en el aquí y ahora en la relación, siempre en el pasado o en el futuro, pero nunca en paz.
7. Utilizar lo superlativo para definir la conducta: nunca, siempre, todo, nada.
8. Odiar la incertidumbre y controlar todo para sentir una seguridad que nunca es suficiente.
9. Pensar que el otro o la otra no tiene derecho a nuestro espacio personal.
10. Reclamar a tu pareja; éste es un claro reflejo de lo que le reclamas a tu padre o madre: “No me cuidas, no me ves, no te importo, me abandonas.”
11. Sacrificarte por complacer, pero ojo: amar es dar, rescatar y permitir.
12. Crear historias en tu cabeza e irte “hasta la cocina” cuando sólo han salido a tomar un café.
13. Volverte obsesivo y la mayoría del tiempo estar pensando en él o ella.
Buscar una pareja desde una posición de hambre es como ir al supermercado con hambre o comer con mucha hambre o cualquier realidad donde se parte de la carencia. Cuando la condición carencia opera o gana en ti, saldrá tu instinto, tu parte más irracional e impulsiva.

Si creciste con ausencia afectiva, tendrás abandono afectivo. La ausencia afectiva se presenta cuando se exige demasiado y no se permiten equivocaciones; cuando te sientes fuera de lugar en la familia; cuando te avergüenza la condición familiar; cuando creces con poco contacto físico; cuando hay caos en tu familia, silencios e indiferencia; cuando no se ponen límites y no hay espacio para ninguna privacidad; cuando los padres son Padres-Niños, llenos de carencias e incapaces de dar afecto con muchas necesidades.
Todos tenemos partes heridas en el alma. Por un lado, estas heridas son heredadas de nuestros padres, desde los dolores que ellos también heredaron de sus padres, o se van repitiendo en cadena familiar. Exilios, pobreza, abandono, muertes, abusos etcétera. Todas ellas pueden ser heridas de la familia, que nunca se resolvieron y han gobernado las decisiones de generaciones enteras desde el inconsciente. Por otro lado, hay heridas producto de experiencias traumáticas propias, que no se han podido sanar y gobiernan nuestra vida desde el inconsciente.
El trauma se resuelve expresando el dolor, aprendiendo de él y validándolo como parte del aprendizaje. Todos vivimos dolor. Eso no quiere decir que ese dolor nos traumará para toda la vida; la gran diferencia de un dolor que no genera trauma es el espacio de empatía, contención y aprendizaje que puede darse en torno a ese dolor. Por ejemplo, si un niño vive la pérdida de su mascota y se le acompaña a sanar esa pérdida permitiéndole expresar su dolor, haciéndole sentir que su tristeza es permitida, dándole cariño y ayudándole a entender lo que pasó, hablándolo. Ésta será una experiencia significativa en su vida y sumará a su experiencia, no restará a su manera de estar en la vida. Está bien sentir dolor, no hay que ir neuróticos a comprar otro perrito para que el niño ya no llore. Hay que ayudarle a procesar la experiencia porque si se distrae con otra cosa, no se resolverá y se quedará como un trauma que perdurará por años o se definirá una forma neurótica de resolver los conflictos, sustituyéndolos o comprando.

¿Cuántos de ustedes recibieron de sus padres acompañamiento para procesar dolor?
Experiencias como cambios de escuela o de casa, divorcios, enfermedades, muertes. Hay muchas experiencias que duelen en la vida, y lo que suele pasar es que toda la familia se queda callada, se hace de la vista gorda o no permite que se hable del tema. Cuando no hemos desahogado dolores del pasado, estos están atrapados en nuestro cuerpo emocional y consumen gran parte de nuestra energía creativa.
Ejemplo de una consultante, que vivió una experiencia dolorosa que procesó años después de haberla vivido. Su padre era alcohólico y un día al regresar de unas vacaciones tuvieron un accidente muy fuerte en la carretera, pues él iba bajo el influjo del alcohol. Su padre y una de sus hermanas murieron en el accidente, lo cual fue un proceso sumamente doloroso. Una vez que su madre y ella salieron del hospital, su madre jamás quiso hablar del tema, no permitía que se hablara casi nunca de su padre y mucho menos de su hermana. El dolor, el enojo y la culpa se quedaron atrapados por años, hasta que ella lo desahogó en terapia. Ese suceso no sólo mató a su padre y a su hermana, también acabó la relación de ella con su madre, pues por aquél suceso trágico se rompió totalmente hasta su muerte.

Nuestra cultura sataniza, niega o evade el dolor con ideas como: “No llores, llorar no resuelve nada.” “Si lloras, te voy a dar un verdadero motivo para llorar.” “Los hombres no lloran.” “Llora el día que me muera.” “Cállate y deja de llorar.” Llorar es importante porque desahoga el dolor, te permite tomar mejores decisiones, te hace consciente de algo que tienes que aprender, cambia rutas de vida.
¿Cuántos de ustedes han cambiado su vida a partir de un dolor?
Buda decía: “El dolor es un vehículo de consciencia”, sólo cuando se desahoga y se aprende de él, pues cuando se traga no muestra sus aprendizajes.
La pareja es el lugar más común para repetir estas historias dolorosas, la pareja es el motivo perfecto para “retraumatizarnos” o sanar el dolor del pasado. Todo es una elección, si estás consciente podrás elegir, si no, las heridas elegirán por ti.
No dudes en buscar ayuda si sientes que estás viviendo una situación similar.

Texto extraído del libro Sana tus heridas de pareja de Anamar Orihuela.
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