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¿QUÉ ES LO QUE LA ENFERMEDAD CONSIGUE CURAR?

Jung dijo que no estamos aquí para curar nuestras enfermedades, sino que la enfermedad está ahí para curarnos a nosotros.


Un día una mujer vino a mi consulta porque tenía un tumor en la mama izquierda. Buscamos el suceso más impactante, el más dramático, sobre el que jamás fue capaz de hablar y que tuvo que vivir en un aislamiento absoluto. Porque cuando hablamos de algo, ese algo se expresa. Si no se expresa, se imprime.


En biología, todo lo que no se expresa, se imprime.




El primer pecho que una mujer diestra ofrece a su hijo para mamar es el izquierdo. Así pues, la criatura tiene la oreja derecha apoyada sobre el corazón de la madre, oye el ritmo cardíaco y eso la tranquiliza.


Pero ¿cuál es el sentido biológico de la mama?


La mama es el único órgano que no sirve a su propietaria, sino que sirve a otro. Si a la mujer le quitamos ambas mamas puede continuar su vida. La mama es para el otro. Así, un problema en la mama es un problema en relación con el otro. La mama sirve para producir leche, para alimentar a otro, para dar de sí misma.


A partir de este razonamiento, le expliqué que detrás de esta vivencia se escondía un sentimiento relacionado con otro, un hijo o alguien querido que se había encontrado en una situación de peligro. Retrocedimos en el tiempo y la mujer volvió a su juventud; de repente, se derrumbó. Pudo evocar el suceso y me explicó que un día fue a la feria con su nieto. El niño se quiso montar en el tren de la bruja, fue corriendo y se cayó de forma que las manos quedaron justo encima de los raíles en el momento en que pasaba el tren. En cuestión de segundos, la mujer vio las manos seccionadas del niño, así como todos los problemas que dicha discapacidad le ocasionaría, la depresión de su hija, etcétera.


La consultante imaginó mil y una desgracias y se sintió culpable. Algo inconcebible. Deseó haber podido hacer algo, dar de sí misma, pero ya no había nada que hacer. Ahí estaba, anclada en esa maternidad imposible. A lo largo de media hora me contó lo que pasó por su cabeza en uno o dos segundos.


Lo cierto es que al niño no le pasó nada; llevaba un jersey con las mangas largas y las manos nunca llegaron a tocar los raíles, pero ella no lo vio. El pequeño sólo se hizo unos rasguños en las piernas. Sin embargo, en ese momento una emoción muy fuerte se grabó en el inconsciente de la abuela. La flecha salió disparada. Cuando logró calmarse y apelar a la razón, se convenció de que todo iba bien, puesto que su nieto estaba a salvo. Pero lo importante no es que la mujer pensara con la cabeza; lo que cuenta es el sentimiento, lo que sucedió en sus «entrañas». Aquel accidente se podría volver a producir perfectamente, pero esta vez de verdad. Entonces la mujer empezó a tener pesadillas. En sus «entrañas», revive una y otra vez estas posibilidades. Así, aunque cuando piensa con la cabeza está contenta, si lo hace con las «entrañas» ya no puede vivir; el tiempo se ha detenido en ese momento y no puede avanzar.


Cuando los científicos excavan en la banquisa, encuentran polvo y gases procedentes de la prehistoria. Todo está ahí, en la historia de la persona, en los estratos más profundos. Todo permanece en el interior.




Y, al cabo de unos años, para esta mujer ver algo en la televisión, un niño con algún problema, que se cae o lo tiran, cualquier situación similar, será motivo suficiente para despertar otra vez el síntoma de adaptación.


Otra persona que no ha vivido el mismo drama no siente los acontecimientos del mismo modo; no está programada para ello. En cambio, esta mujer sí lo está, lo lleva en su interior, para ella el acontecimiento es posible. Lleva ese programa en sus «entrañas», en su memoria, en las células, en los núcleos de éstas y en el código genético. Si tiene un hijo en este momento, de manera inconsciente encargará a la criatura una misión, le dará todas las soluciones ganadoras, todo lo que la ha ayudado, todo lo que ha sido importante para ella. Una de las soluciones ganadoras, una de estas cosas importantes para ella, es que siempre hay que estar preparado para cuidar de los demás y ocuparse de ellos. La madre lleva esta información en sus neuronas y sus genes. Al procrear, trasmite este programa, ya sea a través de los genes, con la educación, de un cerebro a otro, etcétera. Cabe la posibilidad, incluso, de que esa criatura se llame Cristian, Cristina, Cristóbal… En definitiva, cabe la posibilidad de que, al igual que Jesucristo, el hijo lleve en el nombre la misión de ocuparse de los demás y, de alguna manera, pase a ocupar un segundo plano. Es posible que sea enfermero, terapeuta o asistente social. En todo caso, él o ella se convertirán en un par de mamas. De una manera profesional o física, consagrará una fidelidad, una lealtad incondicional a este programa de supervivencia.


De este modo, nos encontramos con personas, hombres y mujeres, con un pecho fuerte, muy sensibles a las miserias del mundo, aunque no comprenden por qué. Pero, a medida que repasamos sus respectivas ascendencias, encontramos el momento exacto en el que se instaló el programa.


Ahora he de mencionar también el caso de otra paciente, una mujer a cuyo hijo le diagnosticaron autismo. La misma tarde en que se lo dijeron, las mamas de la madre empezaron a secretar leche y la tuvo que ponerse pañuelos y cambiarlos unas seis veces al día para no mojarse. En este caso, el propio diagnóstico fue suficiente, no hubo necesidad de ir en busca de una experiencia anterior. El impacto de la noticia fue tan fuerte que el programa biológico surgió al instante.



Tomado del libro El origen emocional de las enfermedades de Christian Flèche.



Terapia transformadora de Biodescodificacion

 
 
 

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