Aprendamos a identificar las heridas emocionales de la niñez.
- patricia ciriaco hernandez
- 23 dic 2023
- 2 Min. de lectura
Como padres, es fundamental abordar nuestras heridas de la infancia para evitar causar daño a nuestros hijos. El primer paso consiste en reconocer los "dolores emocionales" que llevamos desde nuestra propia crianza.
En la niñez, vivimos eventos que pueden provocar dolor emocional, como tristeza, enojo o miedo. Si no los abordamos oportunamente, estos sentimientos pueden arraigarse en nuestra mente y cuerpo, generando heridas emocionales de larga duración. Así como las heridas físicas requieren tiempo para cicatrizar, las heridas emocionales también necesitan atención adecuada; de lo contrario, persistirán, causando dolor a largo plazo tanto en la infancia como en la adultez.
Las heridas emocionales tienen su origen en la infancia y, con frecuencia, son resultado de las interacciones con los cuidadores principales, como la madre y el padre. Esto implica que las experiencias vividas durante estas etapas de nuestra vida influirán en nuestra manera de sentir, pensar y actuar.

Para evitar que tus hijos experimenten sufrimiento, es crucial reconocer y abordar las heridas emocionales de tu propia crianza. Identificar estas marcas es el primer paso, pero resolverlas es necesario para no transmitir ese dolor a tus hijos. La responsabilidad de sanar estas heridas recae en los adultos, ya que de nuestra salud emocional depende la bienestar mental de nuestros hijos.
"Las Cinco Heridas Emocionales de la Niñez"
El abandono, ya sea físico o emocional en la infancia, puede causar angustia. Si los niños crecen con esta herida, pueden enfrentar dificultades al convertirse en padres, mostrando dependencia y comportamientos tóxicos al usar a sus hijos para llenar sus propios vacíos afectivos.
El rechazo, originado durante el embarazo y los primeros años de vida, se manifiesta cuando la mujer embarazada experimenta carencias emocionales y económicas, afectando al bebé. Los padres que han experimentado rechazo tienen dificultades para expresar afecto a sus familias, lo que resulta en carencias afectivas para el hijo, quien puede sentirse poco importante y pasado por alto.
La herida de humillación está vinculada a la vergüenza en el entorno familiar. Durante la infancia, el adulto experimentó una baja autoestima, posiblemente asociada con experiencias de abuso. Como padres, tienden a ser complacientes, sin establecer límites, asumiendo las responsabilidades de sus hijos. Esta actitud busca proteger a los hijos como una forma de compensar la herida de humillación.
La herida de traición se manifiesta cuando un niño experimenta a un padre o madre ansioso que no puede proporcionarle tranquilidad, generando incertidumbre y angustia. En la edad adulta, la persona desarrolla máscaras de protección, adoptando un enfoque autoritario y controlador como padre. Para superar esta herida, es crucial que los padres trabajen en ser más flexibles y respetar las formas individuales de sus hijos.
Los adultos con la herida de injusticia experimentaron una crianza estricta y polarizada en su infancia, con fuertes divisiones entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Como padres, son exigentes y buscan que sus hijos adopten actitudes adultas. Les resulta difícil ser cálidos y empáticos, condicionando el amor hacia sus hijos.








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